La voz de La Salle se fue debilitando poco a poco. Los Hermanos que le acompañaban se postraron de rodillas, y el Hermano Bartolomé, Superior de la Comunidad, le suplicó que le diera la bendición, lo mismo que a todos los Hermanos del Instituto. La Salle aceptó la petición y alzando los ojos a lo alto, extendió sus manos diciendo: “Que Dios os bendiga a todos”.
Llegada la noche perdió el sentido. Un sudor frío vino a interrumpirle, y empezó su agonía. Tuvo unos momentos de lucidez y dirigió a la Santísima Virgen la oración que solía rezarle todas las noches: “María, Madre de gracia, Madre de Misericordia: defiéndenos del enemigo y acógenos en la hora de la muerte”.