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El Hermano Juan Barrera regresó este pasado mes de septiembre a España, para incorporarse a la Comunidad de Jerez de la Frontera, tras tres décadas de dedicación a la labor de los Hermanos de las Escuelas Cristianas en Rumanía.

Para quienes no saben cuál es la labor de los Hermanos en Rumanía, ¿en qué consiste el proyecto de La Salle en este país?

Antes del régimen comunista los Hermanos en Rumania (unos 40) regentaron escuelas episcopales en ciudades como Bucarest, Satu Mare, Oradea, Craiova. Su labor era muy apreciada. Después de la caída de ese régimen en 1989, con la ayuda de ARLEP se ha intentado retomar en 1991 la oferta educativa propia de La Salle. Ha habido que empezar desde cero, en la diócesis de Iași, región Moldova, donde nunca antes habían existido “religiosos-hermanos”. En la actualidad, La Salle tiene dos centros: un Liceo tecnológico (unos 170 alumnos) en Pildești, zona rural; y un Centro-social de Tipo Familiar, en Iași, capital de la Región, donde se acogen 12 adolescentes de familias desestructuradas o en riesgo.    

¿De qué se siente más orgulloso y qué le ha quedado por hacer después de 30 años de entrega al servicio lasaliano?

Por sugerencia del entonces H. Visitador de Andalucía, H. Eutimio Sánchez, fui a Rumania, como podía haber ido a cualquier otro centro La Salle del mundo. La misión educativa lasaliana la llevamos a cabo “juntos y por asociación”. Yo me siento orgulloso de pertenecer a esta familia y de poder colaborar en su obra apostólica, tan necesaria hoy. Ciertamente La Salle tiene mucho por hacer en Rumania. Cuestión vital es el asegurar la continuidad de la misión con personal lasaliano (religiosos-seglares…). En Rumania, y en concreto en Moldova, las “vocaciones no sacerdotales”, casi desconocidas, surgen muy raramente. De hecho, hoy contamos con solo tres hermanos rumanos, que poco a poco van dejando de ser “jóvenes”.  

¿Cuáles cree que son los retos que nos plantea la misión en los tiempos que vivimos?

Existen libros, artículos, conferencias, en los que se trata de dar una respuesta, más o menos parcial, a esa pregunta. En tiempos de crisis es urgente ir a lo esencial. Y para mí, lo esencial, hoy y ayer, es que la misión de establecer el Reinado de Dios en este mundo, encomendada por el Padre a Jesús y por éste a su Iglesia, solo la lleva a cabo el Espíritu Santo, el único que transforma los corazones. A nosotros nos toca “facilitarle” esa tarea mediante el testimonio de “comunidades” que, con su amor recíproco, transparenten a Jesús en su vida personal y comunitaria: “Que todos sean uno, para que el mundo crea”. Así volverá a surgir hoy la admiración contagiosa que sentían ante los primeros cristianos: “¡Mirad cómo se aman!”. Sin esto, podremos “hacer cosas” pero no facilitar la única misión. A mi vuelta a España, me parece observar (ojalá me equivoque) como un contagio en el terreno religioso de la “polarización” y “categorías políticas” de la sociedad civil: tachar de “carca”, “retrógrado” o “progresista” al que entiende a Dios, la Iglesia, etc. de modo distinto al mío (¡que es el modo correcto, claro!) Y así, con estas barreras internas, inconscientemente podemos estar poniendo trabas a la misión.       

¿Cómo ha sido la acogida en su regreso a España después de tantos años fuera?

Aunque he estado 30 años en Rumania, mi contacto con ARLEP ha sido frecuente: sea durante mis visitas a la familia, sea durante los siete Retiros anuales en los que he acompañado a los Hermanos de la Comunidad de Granada, sea durante la pausa de tres meses que me regalaron en 2006, en la que me incorporé al CEL. En esas ocasiones y ahora a mi vuelta definitiva a España, los Hermanos han hecho siempre que me sienta en casa y han contribuido a estrechar más nuestros lazos de fraternidad. Les estoy muy agradecido por ello. 

Ahora que ya está instalado en su nuevo hogar, ¿qué es lo que recuerda con mayor cariño de su paso por Rumanía?

Podría hacer una larga lista con esos recuerdos, ya treinta años dan para mucho, pero el espacio disponible aquí es pequeño. A modo de ejemplo: tener que empezar de cero, porque a nuestra llegada, no había ninguna obra a la que incorporarnos, tuvimos que ir creándolas; o una comunidad religiosa para la misión, reducida a la más simple expresión; o un puñado de Hermanos en Rumania no daban para muchas estructuras: comisiones, capítulos, etc. Se podría decir que todos estábamos a todo. Bien es verdad que sentíamos de cerca el respaldo de los Distritos Arlep y Europa Central.

Me alegro mucho de haber promovido desde el principio el espíritu de comunión entre nosotros y entre las distintas congregaciones religiosas de la diócesis de Iasi. Lo que empezó con reuniones informales y colaboración entre dos o tres comunidades cercanas, es hoy una Vicaría diocesana para la Vida Consagrada, estructurada en cinco zonas, con actividades y reuniones periódicas zonales y dos reuniones generales al año. Dentro de sus dificultades, el balance general es positivo, a todos nos ha hecho mucho bien.   

 Y para despedirnos, ¿qué reflexión haría sobre su compromiso vital como Hermano de La Salle?

Desde que en 1959 terminé la etapa de formación básica en Griñón, hasta ahora, incluidos los momentos de crisis, Dios me ha concedido la gracia de sentirme a gusto en las diversas comunidades y responsabilidades que me han sido asignadas. Con frecuencia, a la pregunta rutinaria “¿qué tal, H. Juan?”, he respondido sinceramente “pues mira, aquí disfrutando de la vida”. En una mirada retrospectiva, creo descubrir que la fuente de donde brota este “disfrute” está en el intento de llevar a mi vida, entre otros, estos sabios consejos:

. “El espíritu de este Instituto es el espíritu de fe”, que mueve a los Hermanos a “no considerar nada sino con los ojos de la fe, a no hacer nada sino con la mira en Dios, y a atribuirlo todo a Dios”. (S. Juan Bautista de La Salle)

. “Señor, haz de mí un instrumento de tu paz” (S. Francisco de Asís)

. “En lo esencial, unidad. En lo accidental, libertad. En todo, caridad” (S Agustín)